Viajes al Paraiso

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04 marzo 2007

Islas Azores. Isla do Pico

Isla do Pico. AçoresLa isla de Pico es una belleza y una miniatura.

De forma oblonga, su superficie está prácticamente ocupada por la montaña que le da nombre -2.531 metros, la cima más alta de todo Portugal- cuya forma característica actúa como señal desde lejísimos. En realidad es un volcán reciente, la última erupción ocurrió en 1718, cuya cumbre aún despide fumarolas. Acantilada y sin playas, arquitectura rural, negra, adornada de colores encendidos. Y en el mar, esculturas de lava.

En este pequeño mundo, casi intacto, se han cazado ballenas hasta 1984, ayer mismo. Una lucha titánica que tiene mucho en común con el toreo. Aquí, en parte, la cultura es todavía oral y cobra toda su épica en los relatos de los balleneros. José Silveira, Silvinho, está vivo milagrosamente: "Yo ya la había arponeado. El cachalote tendría ocho metros, para defenderse, embistió a la canoa con la cabeza y yo caí en su boca abierta. Quedé clavado en uno de sus dientes, colgando, con todo el cuerpo fuera. Veía que desde el barco gritaban horrorizados, pero en el agua no sientes dolor y no me di cuenta de nada hasta que me desprendí y vi el mar todo rojo de mi sangre". Aunque resulte increíble, volvió a la caza: "Durante tres años, pero un día fue mi hermano quien cayó y la ballena lo mató de un coletazo, instantáneamente". Se le nota enganchado y lleno de nostalgia, ¿volvería? Silvinho es un hombrón, un tipo duro. Enseña dos agujeros terribles en su costado y vacila: "A idade (la edad)... no", se le quiebra la voz imperceptiblemente y abrevia: "A morte do meu irmao (la muerte de mi hermano)".
Isla de Pico.Azores
Esa forma de vivir, esencia de la isla durante dos siglos, se ha banalizado en una miniaventura a la que acuden los turistas impregnados de ecologismo sacralizante. Despega la zodiac, botando por el océano, con un grupo de germanos políglotas y venerantes. Avistamos al fin como dos islas pardas flotantes que lanzan agua como un géiser. "Oh, cachalote, cachalote", exclaman en francés y señalan como si hubiera que ser un lince para ver a aquellas dos moles.

Los seguimos un tiempo infinito, ellos nadan tan panchos resoplando, pero los turistas no se cansan a pesar de que ya han alcanzado el éxtasis, cuando levantan las colas en esa imagen tan típica para la foto. Al fin se sumergen y aparecen los delfines en manada. "Oh, golfinho", gritan ahora en portugués y así otro par de horas en las que da tiempo a hacer repaso de una vida entera, mientras dos de ellos se bañan, impávidos, como si lo visto fueran boquerones.

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